La palabra impasse deriva del francés y significa «situación de difícil o imposible resolución, o en la que no se produce ningún avance».
¿Cuántas veces nos encontramos ahí?
¿Cuántas veces me encuentro con que con una situación no voy «ni para atrás ni para adelante»?
Me siento detenido, preso del piso que estoy pisando, como con un grillete en los pies que me ata al lugar en donde estoy.
Resulta como una alegoría a la pausa, a la detención, al stop obliga-do, al tiempo detenido en el espacio.
Que rara sensación, ¿verdad? Porque en realidad, nunca nada se detiene, todo se encuentra en movimiento: la respiración, el corazón que late, el sistema orgánico en funcionamiento, la brisa suave que mueve las hojas de los árboles, el ruido de la calle, las nubes que pasan, la luz que decae, la rotación de la Tierra, etc.
Quizá el impasse sea otra invitación. Quizá sea otra oportunidad de revisar dónde estoy. Quizá sea el momento de hacerme otras preguntas.
¿Qué es lo que en realidad no se está moviendo? O a la inversa, ¿qué es lo que está detenido?
Y yendo más allá, ¿dónde me quedé para-do?
Hacia dónde se desplazó la gravedad del asunto como para sentir que quedé allí estacionado. Y quizá mi posición en relación a esa situación sea como la de elaboración de algunos productos que necesitan estacionarse, macerarse en forma detenida.
Quizá estoy madurando algo dentro de mí.
«¿Dónde te quedaste?» , me viene esa pregunta muy común que le hacen los docentes de primaria a sus alumnos. Al menos las maestras que tuve en mi infancia lo preguntaban y te hacían sentir contenido. Era una pregunta puntual, pero abierta.
Te invito a que te preguntes, ¿dónde te quedaste en esa situación en que sentís que no hay un avance ni un retroceso?
Nada más que eso por hoy.